miércoles, 19 de agosto de 2009

METODOS PARA ESTUDIAR LA BIBLIA

Para estudiar la Biblia, no solamente debemos ser personas rectas, sino que también debemos usar los métodos correctos. Examinemos en tres categorías en qué consiste el método. Primero, veremos la llaves para estudiar la Biblia; en segundo lugar, examinaremos la práctica; y por último, diseñaremos el plan de ataque.


I. ESCUDRIÑAR

Juan 5:39 dice: “Escudriñad las Escrituras”. Hechos 17:11 dice: “Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra ... escudriñando cada día las Escrituras...” Lo primero que debemos hacer cuando estudiamos la Biblia es escudriñarla. Escudriñar significa indagar. Es decir, si queremos extraer algo de la Biblia, tenemos que examinar las Escrituras. Debemos hacer como cuando buscamos en nuestro armario una prenda de vestir que se nos ha perdido. Sacamos muchas cosas con el propósito de hallar una sola. Entre las muchas palabras que Dios ha hablado, hay una que necesitamos en ese preciso momento. Hay una palabra que nos va a ayudar espiritualmente en ese momento particular y en esa ocasión particular. Puede ser que hayamos recibido una revelación, y necesitemos hallar el pasaje que la expresa y la explica en las Escrituras. Para encontrar estas cosas, tenemos que escudriñar toda la Palabra de Dios. Debemos acercarnos a la Biblia con una mente escudriñadora. Escudriñar significa leer deliberadamente y dedicar tiempo a la lectura. Tenemos que estudiar cada pasaje hasta que lo entendamos. Mientras leemos debemos preguntarnos: “¿Cuándo fue escrito esto? ¿Quién lo escribió? ¿A quién está dirigido? ¿En qué circunstancias se escribió? ¿Qué sentimiento hay detrás de este pasaje? ¿Por qué y para qué se escribió?” Debemos hacernos estas preguntas una por una, buscar la respuesta cuidadosamente y no detenernos hasta encontrar lo que buscamos.

Muchas veces, para contestar una pregunta, tenemos que buscar tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, elementos relacionados con el tema. Debemos examinar cuidadosamente toda la Biblia para que no perdamos nada importante. Algunas veces sabemos lo que buscamos en la Palabra de Dios, pero otras veces no; quizá en un estudio sólo busquemos una cosa, pero en otro tal vez busquemos muchas. Al escudriñar tenemos que ser extremadamente cuidadosos y meticulosos. No debemos permitir que una sola palabra o frase se nos escape. Tengamos presente que la Biblia es dada por el aliento de Dios (2 Ti. 3:16). Esto significa que cada palabra y frase es la palabra de Dios y está llena de vida. Tenemos que dedicar toda nuestra atención al leerla.

Se necesita paciencia para leer la Biblia. Si no entendemos algo, debemos regresar una segunda vez y leerlo hasta que entendamos lo que dice. Si Dios nos alumbra y abre nuestros ojos la primera vez, debemos darle las gracias por eso, pero si no nos ilumina ni abre nuestros ojos la primera vez, debemos regresar al pasaje en cuestión y estudiar cuidadosamente por segunda, tercera o centésima vez. Si encontramos algo en la Biblia que no entendemos, no debemos preocuparnos ni es necesario que nos forcemos mentalmente para comprenderlo. Tampoco necesitamos exigir que se nos dé luz. Lo que proviene de la cabeza no produce un “amén” en el espíritu. Las doctrinas que la mente formula son rechazadas por el espíritu. No debemos estudiar la Palabra de Dios valiéndonos de nuestro intelecto. Debemos ser pacientes y escudriñar con mucho detenimiento. Cuando llega el momento de Dios, El nos muestra algo.

Muchas personas cometen el gran error de no escudriñar las Escrituras por sí mismas. No debemos buscar siempre la ayuda de los demás, pues así descuidamos la lectura de la Biblia por nuestra cuenta. Por una parte, no menospreciamos las profecías, pues necesitamos la edificación de los profetas tanto como la de los demás ministerios, pero por otra, tenemos que estudiar la Biblia por nuestra cuenta. No podemos limitarnos a recibir la ayuda de los demás sin leer nosotros mismos.

II. MEMORIZAR

Pablo les dijo a los colosenses: “La palabra de Cristo more ricamente en vosotros en toda sabiduría” (Col. 3:16). Para que la palabra de Cristo more en nosotros ricamente, debemos por lo menos memorizar las Escrituras. Por supuesto, la memorización sola no hace que la Palabra de Dios more en nosotros, pero podemos decir que si uno no memoriza la Biblia, no será posible que ésta more en uno ricamente. Si simplemente memoriza las Escrituras, pero no abre el corazón a Dios y no es sumiso ni manso, dicha memorización no hará que la Palabra de Dios more en su corazón. Por otro lado, si una persona piensa que no necesita memorizar la Palabra de Dios y que basta con ser mansa, sumisa y abierta a Dios, tampoco hará que la Palabra de Dios more en su corazón.

Al dirigirse a los efesios, Pablo les dijo: “Recuerden las palabras del Señor Jesús que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir” (Hch. 20:35). Para recordar las palabras del Señor, tenemos que memorizarlas. Si no la memorizamos, no nos será posible recordarla. El Señor Jesús memorizó las Escrituras cuando estuvo en la tierra. El pudo citar las palabras de Deutoronomio cuando fue tentado por Satanás (Mt. 4:1-10). Cuando entró en la sinagoga de Nazaret, pudo abrir el libro de Isaías y proclamar los mandamientos y la comisión que El había recibido de Dios (Lc. 4:16-21) Esto nos muestra que nuestro Señor conocía las Escrituras. Por esta razón tenemos que ser mucho más diligentes en el estudio y la memorización de la Palabra. Si no la memorizamos olvidaremos lo que leemos, y cosecharemos pocos resultados. Especialmente los jóvenes deberían tratar de memorizarla y recitarla después de leerla con una mente escudriñadora. Debemos dedicar tiempo durante los primeros años de nuestra vida cristiana a la memorización de las Escrituras. Hay muchos pasajes de la Palabra que debemos memorizar, como por ejemplo: el salmo 23, el salmo 91, Mateo 5—7, Juan 15, Lucas 15, 1 Corintios 13, Romanos 2—3 y Apocalipsis 2—3. Quienes tienen una buena memoria pueden memorizar más de diez versículos al día, y quienes no, pueden memorizar por lo menos un versículo por día. Todo lo que tenemos que hacer es dedicar cinco o diez minutos al día para estudiar un versículo, escudriñarlo y memorizarlo. En unos seis meses habremos terminado un libro como Gálatas o Efesios. Filipenses se puede concluir en cuatro meses, y Hebreos en diez meses. Los evangelios requerirán más tiempo. El evangelio de Juan se puede memorizar en dieciocho meses. Si los hermanos y hermanas jóvenes estudian la Biblia diligentemente desde el comienzo de su vida cristiana y memorizan por lo menos un versículo por día, podrían recitar los versículos más importantes del Nuevo Testamento en cuatro años. Nos dirigimos a aquellos que tienen mala memoria. Quienes tienen mejor memoria pueden hacer más. Pero aun los que tienen mala memoria pueden memorizar un versículo al día durante los primeros cuatro años de su vida cristiana. Si hacen esto, establecerán un cimiento sólido para sí mismos en su entendimiento del Nuevo Testamento.

Si nuestro corazón está abierto a Dios y somos mansos y si nuestra mente está puesta constantemente en la Palabra del Señor, nos será muy fácil memorizar las Escrituras. Si aprovechamos cada oportunidad para memorizar las Escrituras, la palabra de Cristo morará ricamente en nosotros. Si no permitimos que las Escrituras moren en nuestro corazón, será muy difícil que el Espíritu Santo nos hable. Siempre que Dios nos concede una revelación, lo hace usando la Biblia. Si no memorizamos las Escrituras, será muy difícil que la revelación de Dios llegue a nosotros. Por esta razón debemos mantener la Palabra de Dios en nuestra mente siempre. Memorizar las Escrituras no tiene como único fin grabarlas en la memoria, ya que también deseamos que establezcan el cimiento que nos permita recibir revelación. Si memorizamos con frecuencia las Escrituras, podremos fácilmente recibir revelación e iluminación, y el Espíritu Santo podrá hablarle a nuestro espíritu. Por esta razón tenemos que dedicar tiempo para memorizar la Palabra, no sólo bosquejos, sino el texto mismo. Tenemos que memorizar con exactitud y esmero.

Además de los pasajes cruciales que mencionamos, debemos reunir otros pasajes importantes y memorizarlos en conjunto. Por ejemplo: el recorrido que hicieron los israelitas contiene información muy importante; el viaje que Eliseo hizo cuando siguió a Elías, el viaje que se relaciona con la predicación de Pedro, y los viajes que hizo Pablo para predicar el evangelio, también son importantes. Es bueno memorizar todos estos hechos. Si podemos recordar la cantidad de lugares de Judea y de Galilea donde el Señor Jesús estuvo, tendremos una idea más clara de la obra del Señor en conjunto, según se narra en los Evangelios. La obra del Señor se divide en dos secciones, la primera la llevó a cabo en Judea, y la segunda, en Galilea. También es necesario dedicar tiempo para memorizar las siete fiestas y las seis ofrendas de Levítico. Estas son verdades básicas. Una vez que las memoricemos, veremos las riquezas que contiene la Palabra de Dios. Sería bueno memorizar las dos oraciones de Pablo en Efesios y las diez alusiones al Espíritu Santo en dicho libro. Podemos encontrar versículos similares a éstos en toda la Biblia, y sería muy provechoso memorizarlos todos. Si hallamos un pasaje crucial, debemos memorizar todo el capítulo. Si hay algunos versículos aislados, los debemos memorizar. También tenemos que memorizar la secuencia de los sesenta y seis libros de la Biblia.

III. COMPARAR

Escudriñar y memorizar no es suficiente. Tenemos que unir pasajes de la Palabra y compararlos.
En 1 Corintios 2 Pablo habla de las cosas espirituales y el hombre espiritual. Si comparamos el hombre espiritual con las cosas espirituales, notaremos algo.
Salmos 36:9 dice: “En tu luz veremos la luz”. No es suficiente tener una sola clase de luz. Necesitamos dos clases de luz. De hecho, una luz nos guía a la otra. La luz complementa la luz de la Biblia.

En 2 Pedro 1:20 dice: “Ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada”. Fácilmente podríamos entender en este versículo que el hombre no debe interpretar las profecías. Pero según la gramática de lo dicho por Pedro, la profecía tiene su propia interpretación. El contraste está entre la interpretación de la Escritura y la interpretación del hombre. Si este versículo indicase que ninguna profecía debe ser interpretada por el hombre, Pedro habría sido muy elemental, porque los cristianos en general saben que la profecía de Dios no se puede interpretar con las ideas del hombre. Habría sido innecesario afirmar tal cosa. Pedro no se refería a eso. La expresión interpretación privada se refiere a una interpretación del texto de forma aislada. Cuando Pedro dijo que ninguna profecía podía ser interpretada de manera privada, quería decir que toda profecía tiene un significado que armoniza con el contexto. Sin embargo, toda la palabra de Dios no se encuentra en un solo texto. En uno de los profetas se nos dice que la Palabra de Dios es dada “un poquito allí, otro poquito allá” (Is. 28:13). Por consiguiente, ningún estudiante de la Biblia debe interpretar un pasaje aislado, pues eso es una interpretación privada. Cuando leemos Daniel 9, no debemos interpretarlo exclusivamente según Daniel 9. Al leer Apocalipsis 13, no deberíamos interpretarlo según Apocalipsis 13. Si interpretamos estos dos capítulos separados de sus contextos, les daremos una interpretación privada, y estaremos violando el principio de la interpretación profética.

Dios nos muestra el principio de que al leer, debemos comparar un pasaje de las Escrituras con otros pasajes. No podemos basar nuestra interpretación solamente en el texto que leamos. Cuando abordamos una enseñanza bíblica, es muy importante que busquemos las explicaciones de esa enseñanza en otros pasajes de la Biblia. Muchas herejías que han surgido en la cristiandad son el resultado de aferrarse a uno o dos versículos de la Biblia sin compararlos con otros pasajes afines. Satanás también citó las Escrituras, pero las citó con el fin de tentar al hombre. Debemos recordar que cuanto más comparamos, menos expuestos estaremos a interpretaciones privadas. Es más seguro si comparamos un versículo con otros diez. Si sólo encontramos cinco versículos, está bien, pero sería mejor encontrar diez versículos. Cuanto más comparaciones hagamos, mejor. Si sólo hay un versículo que dice algo, debemos ser muy cuidadosos, pues no podemos edificar algo grande sobre un caso aislado. De hacerlo, encontraremos problemas. No es muy confiable basar toda una enseñanza en un solo versículo. Cuando leemos la Biblia tenemos que hacer comparaciones. No podemos interpretar nada apoyados en el texto de un solo pasaje. Debemos tener la confirmación de otros pasajes.

Por ejemplo, Apocalipsis 19 dice que cuando el Señor descienda desde los cielos para pelear la batalla, eliminará a todos Sus enemigos con la espada de Su boca. Si interpretamos este versículo solo, concluiremos que de la boca del Señor sale una espada, y podríamos afirmar que dicha espada es rápida, aguda y resplandeciente. Si comprendemos que ninguna escritura tiene su interpretación privada, inmediatamente buscaremos qué significa la espada aguda, y en Efesios 6:17 descubriremos que la espada aguda es la Palabra de Dios.

¿Quiénes son las diez vírgenes mencionadas en Mateo 25? Cuando leemos 2 Corintios 11:2 vemos que son la iglesia. (En 2 Corintios, virgen está en singular y se refiriere a la única iglesia. En Mateo encontramos diez vírgenes, lo cual alude a la responsabilidad de los individuos delante del Señor. El número diez se obtiene al multiplicar dos por cinco, y el número cinco simboliza la responsabilidad del hombre ante Dios). Una lectura comparativa puede darnos mucha luz.
También es muy útil comparar el Antiguo Testamento con el Nuevo. Si comparamos el alcance de las palabras de Dios en el Antiguo Testamento con el alcance de Sus palabras en el Nuevo, veremos que la Palabra de Dios y Su revelación es progresiva. Algunas enseñanzas se encuentran tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. Por ejemplo, sin el libro de Daniel, no se podría entender el Apocalipsis; pero al compararlos, vemos que Apocalipsis es más avanzado que Daniel. También podemos comparar Apocalipsis 2 y 3 con Mateo 13; Apocalipsis 4 y 5 con Filipenses 2; y Apocalipsis 6 con Mateo 24. También podemos comparar los últimos capítulos de Apocalipsis con Daniel. Cuando comparamos estos pasajes e interpretamos uno basándonos en el otro, veremos muchas cosas que no habíamos visto.

Podemos comparar los cuatro evangelios. Algunas narraciones constan en los cuatro evangelios, mientras que otras no se mencionan en ninguno de ellos. Cada caso tiene mucho significado. Por ejemplo, Mateo sólo habla de la resurrección del Señor Jesús y no menciona la ascensión. Marcos sí habla de la ascensión del Señor. Lucas habla de la ascensión del Señor y del advenimiento del Espíritu Santo. Juan no dice nada acerca de la ascensión del Señor, pero sí habla de Su venida. Los cuatro evangelios finalizan de diferente manera. Tenemos que preguntarnos por qué hay estas diferencias. Si buscamos la respuesta, descubriremos algo. Mateo nos dice que el Señor es eternamente el Rey de la tierra; por eso no dice nada de la ascensión. Marcos habla del Señor como el siervo que Dios envió y que regresa a Dios; por consiguiente habla de la ascensión. Lucas habla del hombre glorificado y por eso incluye la ascensión y la venida del Espíritu Santo. Juan dice que el Señor es el Unigénito que todavía está en los cielos en el seno del Padre; por consiguiente, no habla de la ascensión. Cada libro tiene sus propias características, y sólo las podemos encontrar al hacer la comparación.

IV. MEDITAR

Tanto Josué 1:8 como Salmos 1:2 dicen que debemos meditar y permanecer continuamente en la Palabra del Señor. En nuestra vida cotidiana (como por ejemplo, cuando no estamos leyendo la Biblia), debemos meditar en la Palabra del Señor. Debemos aprender a moldear nuestros pensamientos de acuerdo a los pensamientos de la Biblia. Debemos meditar cuando estemos leyendo la Palabra y cuando no lo estemos haciendo. Romanos 8:6 habla de “la mente puesta en el espíritu”. Esto indica que debemos pensar en el espíritu, poner nuestra mente en el espíritu y mantenerla ahí. Este versículo significa que no sólo debemos poner nuestra mente en el espíritu, sino que también debemos tener la mente del espíritu. No basta con concentrarnos en el espíritu, sino que debemos tener una concentración que sea del espíritu. Es decir, cada vez que nuestra mente se vuelva, debe volverse a la Palabra de Dios. No importa cuáles sean las circunstancias, nuestra mente debe mantenerse fija en la Palabra de Dios. No me refiero a un esfuerzo artificial por recordar, sino a una meditación espontánea. Por lo general, nuestra mente debe estar puesta en la Palabra continuamente, no solamente cuando estamos pensando en ella. Debemos acudir a la Palabra de Dios de una manera espontánea.

Nuestra meditación tiene dos aspectos. Por una parte, meditamos cuando leemos la Biblia; por otra, meditamos continuamente. Cuando estamos leyendo la Biblia, nuestra mente debe meditar en la Palabra de Dios, y cuando no lo hacemos, también debemos estar activamente usando una mente adiestrada. No tenemos que forzarnos a pensar en las Escrituras. El Espíritu Santo dirigirá nuestros pensamientos en esta dirección, lo cual se convertirá en parte de nuestro hábito. Cuando desarrollemos tal hábito, llegaremos a ser ricos en el Señor.

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